01/09/2015 Por Fundación TTM

SI QUIERES, PUEDES¡ – Gemma Pérez

«Con el canto viví una libertad nunca antes experimentada.

Y lo mejor de todo: ¡¡¡Me escuchaban!!!»

Hay personas que parece que tengamos escrito en el rostro: ¡Vida, vapuléame! A veces la realidad supera la ficción y en mi caso la supera con creces. Pero esto no es un relato de victimismo ni mucho menos. Al contrario, os voy dar a conocer mi vida, o mejor dicho, parte de ella puesto que necesitaría una extensión mucho mayor de la que disponemos en ese espacio. Pero lo que os explicaré a continuación es a grandes trazos un resumen con sus características principales. Asimismo os voy a dar a conocer otra parte de mí, mi empeño frente a las adversidades para conseguir unos sueños que eran para mí totalmente utópicos.

Pero empecemos por el principio. Soy Gemma Pérez, tengo 43 años y empecé a tartamudear a los dos años, (según me han contado, después de un período de perfecta y primeriza elocuencia infantil que no recuerdo y tras un período de completa mudez que tampoco recuerdo). La primera imagen de mi vida siempre había sido cuando, con poco más de dos años, preguntaba por qué antes hablaba bien y en esos momentos ya no podía. El origen más que probable de un problema físico –una lateralización lingual- se fue cronificando en el tiempo por diversos factores añadidos psicosociales y emocionales. Por causas familiares fui criada desde los cero hasta los quince años bajo el terror de una abuela maltratadora tanto psicológica como –y sobretodo- físicamente. Además yo tenía el hándicap de una tartamudez severa que se incrementaba con el miedo y con la brutalidad a la que era sometida.

Un sentimiento que ha sido constante en mí –además del pánico- era la soledad más absoluta. Sólo me tenía a mí misma, sin relacionarme con nada ni nadie, e intentaba desesperadamente encontrar algún resquicio de libertad de la cual estaba totalmente privada física, familiar y socialmente. Esta libertad ansiada la encontré en un mundo interno propio que me acompañó durante el duro viaje de los primeros años de mi vida. Y así encontré un camino que me permitió vivir una libertad nunca antes experimentada: el canto. Cuando cantaba me sentía volar, el corazón se me expandía y sentía un placer infinito. Y lo mejor de todo: ¡me escuchaban! A mí, que siempre pasaba desapercibida, sin amistades, sin popularidad. Yo, que sólo tenía el mérito de ser muy buena estudiante y dibujante, era escuchada con fascinación. Cuando cantaba desaparecía mi estigma y me convertía en otra niña más, integrada aunque fuera sólo por unos instantes en el mismo mundo social que el resto. El canto se convirtió para mí en un nexo de unión con el mundo exterior que me permitía comunicarme articulando palabras sin la dificultad y desesperación que me sumía el día a día. Y aunque me fueron denegadas las clases de música que pedí hasta la saciedad a mi familia desde edad bien temprana-a los seis años empecé mis infructuosas demandas-, yo seguí cantando y me seguí sumergiendo en mi particular y fantástico mundo de música para encontrar poco más tarde otro mundo paralelo donde me esperaría otro tipo de libertad: el viaje hacia cualquier lugar a través de la literatura.

Gracias a estas dos grandes artes encontré un lugar donde nadie me juzgaba ni cuestionaba mis facultades, donde podía imaginar, cantar, hablar… vivir. Aunque fuera sólo retazos de felicidad interna con un solo y claro objetivo escapista de la realidad. Y aunque en el exterior de este mundo hecho a medida continuaba sola en un mundo hostil.

Éste fue el origen que precipitó mi vida hacia una serie de vivencias inverosímiles: el retorno al hogar paterno filial, el fracaso escolar estrepitoso en el instituto, la adolescencia difícil fruto de muchos traumas sin resolver, un matrimonio precoz en plena adolescencia como vía de escape a tanta desestructuración y condenado al inminente fracaso, una vida matrimonial mísera donde el alcohol y la ludopatía conyugal estaba a la orden del día… Continuaba siendo protagonista de un absoluto caos vivencial sin saber qué hacer con mi vida. A los dieciocho años empecé a trabajar en una clínica y con ello me empecé a costear mis tan deseadas clases de canto lírico, solfeo y piano. Empecé a cantar en un grupo y por primera vez me sentí un poco feliz al estar rodeada de tanta música. Pero la felicidad duró poco, puesto que al cabo de un par de años tuve que dejar los estudios musicales por causas evidentemente económicas. Cuando poco después me quedé embarazada y tuve a mi hijo me planté. Hacía poco que había encontrado un trabajo en una orquesta, como cantante de refuerzo. Con un modestísimo sueldo que me permitía hacer una vida medianamente normal me separé del padre de mi hijo. A la vez empecé a estudiar, a sacarme cursos, el carnet de conducir, a acabar el instituto y, finalmente, a presentarme a las pruebas acceso a la universidad para mayores de veinticinco años. Y gané una de las cuatro plazas disponibles entre veintisiete aspirantes. Todo ello en poco más de dos años.

Mientras tanto yo seguía aislada en mi mundo no relacionándome con casi nadie a causa de mi tartamudez. Pero las vivencias inverosímiles no cesaban. Durante ese tiempo tuve la mala suerte de topar con otro maltratador psicológico, con lo cual el terror de mi infancia no hacía más que continuar. Mientras que en mi vida laboral la música me llenaba –fui formando parte al largo de los años de diferentes formaciones musicales a la vez que procuraba ampliar mis conocimientos y mi técnica con clases particulares de canto- mi vida personal continuaba como siempre, un caos. Me volví a plantar y al cabo de unos años terminé también esa relación tóxica.

Al poco me encontré por casualidad con un viejo conocido, mi primer profesor de solfeo. Un chico de mi edad, pianista y compositor que me había impartido mis primeras clases de solfeo en el grupo de la escuela de música. El destino hizo que nos reencontráramos al cabo de varios años y ya vamos camino de quince años juntos. Una persona que ha entendido mi problema, me ha ayudado, me ha protegido incondicionalmente y que me ha abierto las puertas al mundo social, un mundo totalmente nuevo para mí donde la gente se comunica con palabras, no importando el tiempo que se tarde en pronunciarlas.

En medio, como siempre, una lucha constante en el día a día. La gente nos ve como presas fáciles, somos pasto de la burla y de la incomprensión, propensos a que decidan hacerte mobbing en el trabajo -ese será otro tema que explicaré en una próxima ocasión-, propensos a que nos cuelguen el teléfono, a que nos miren raro cuando pedimos un café, a sentir vergüenza de nosotros mismos…

Pero lo importante es perseguir nuestros sueños, por muy poco realizables que nos parezcan. La tenacidad y el inconformismo son los motores que me han dado la fuerza que necesitaba para perseguir mis objetivos, para cumplir mis sueños. He cantado y canto para sentirme libre. Mis palabras se transforman en notas musicales que transmiten mis emociones al mundo y permiten que la gente se emocione conmigo y junto a mí. Y si las palabras habladas me cuestan de pronunciar y no sé nunca qué decir, con la escritas en cambio tengo una verborrea que no me la acabo. Por eso escribo. Escribir también es mi otra manera de comunicarme con el mundo exterior. Con ello transmito mis ideas y mis pensamientos tal y cómo yo las siento, no cómo mi disfluencia me impone que las diga. He ganado un premio literario en Suiza, he escrito novelas, poesía, teatro, ensayo… He publicado crónicas musicales, han recitado, grabado y publicado poemas míos en soporte cd, he publicado en diversos medios, he corregido y asesorado novelas. Este año acabo de participar en la publicación de un libro como crítico de arte y recién salido del horno acaba de imprimirse un boletín suizo con dos colaboraciones mías: un relato narrativo y un artículo.

Música y literatura viajan siempre conmigo. Dos opciones que no sólo compensan mi falta de fluidez sino que me ayudan a ver con otros ojos un mundo exterior del cual no esperaba nada, ni tan sólo un futuro. El quid no es esperar, el quid es luchar por lo que uno desea. Tocar fondo y resurgir de las cenizas, ser cada uno su propio Ave Fénix.

¿Los sueños se cumplen? ¡Seguro! Alguien dijo: Si no te gusta tu vida, ¡cámbiala!

Es lo que he hecho, porque me lo he propuesto. Si he podido yo, tú también puedes. Sin duda.

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