10/03/2016 Por Fundación TTM

#siquierespuedes: “Si dejas salir tus miedos, tendrás más espacio para vivir tus sueños.”

“Si dejas salir tus miedos, tendrás más espacio para vivir tus sueños.”

Adonai Canals Barbero.

Hasta hace poco no terminaba de entender estas frases o de asimilarlas. Sonaban a eslógan de autoayuda, eso que tanta gente crítica y que a mí mismo me parecía vacío.

Después de la IMG_20151207_170821adolescencia y a raíz de una mala experiencia en el instituto -algo de lo que ahora ya se habla pero en esa época no era tan normal hablarlo- me he pasado gran parte de mi vida intentando ser fuerte, desvincularme de la personalidad que se dejó hacer daño cuando era adolescente e influenciable. Normalizas cosas, porque las asimilas como actitudes cotidianas, pero nunca debería de ser normal que abusen de ti y se aprovechen de ti, que te ridiculicen y tú no te defiendas por miedo.

Pero esto va de lo que va. Desde pequeño siempre he hablado muy deprisa, mucho, tanto que a veces me trababa hablando, lo que me llevó a pensar que tenía tartamudez. Mis padres no le dieron mayor importancia, salvo con un “hablas más rápido de lo que piensas”, con lo cuál para mí fue algo que asumí, y para ellos no supuso mayor problema. No les guardo rencor, hicieron lo que creyeron mejor, de pequeño además nunca me faltó su cariño, amor y comprensión, en general. Otra cosa es que yo supiera valorarlo o disfrutarlo.

En el colegio no supuso un problema tampoco, al menos de entrada, porque por lo que recuerdo no era el único en mi curso que tenía disfemia, en mi caso no fue algo que me condicionara mucho, salvo momentos puntuales. Tuve un par o tres de malos momentos, de aquellos de trabarme en una obra de teatro, o delante de la clase, pero no lo suficiente como para sentirme mal ni machacarme mucho, tenía amigos y era un niño muy alegre, no estaba sólo y era bastante travieso y simpático, tuve una buena infancia.

En la adolescencia, esa bendita etapa, las cosas cambiaron. Cuando me estaba justamente forjando la personalidad, la autoestima y todo lo demás que se puede forjar durante esos años, fui víctima del acoso escolar de algunos compañeros de clase, sin venir a cuento. Imagino que me vieron como el chaval majo y bueno del que se podía abusar porque no se iba a defender, porque yo no me defendí. Dejé que hicieran daño a mi persona, más mental que físico, el machaque externo e interno fue doloroso, muy doloroso. Me vi sólo en mi propia clase, lo que hizo que me volviera retraído, me sentía pequeño, me escondía, quería pasar desapercibido. No sé exactamente en qué momento empecé a tener miedo a hablar en mitad de clase, supongo que no quería destacar. Los miedos al habla en ese momento no eran a hablar por si me atascaba, sino más bien por si me hacía notar y persistía el acoso. Sin embargo, los síntomas eran evidentes: cuando me tocaba hablar en clase o tocar la flauta, me empezaban a sudar las manos, sentía la cara caliente, y otros muchos síntomas de cuando sabes que vas a tener que expresarte en público o ser el centro de atención, era en esos momentos cuando peor lo pasaba. No soportaba las risas hacia mí, no podía con ello.

Mi principal problema fue no contárselo a nadie, ni a familia ni a amigos que tuviera en ese momento, ni a los profesores, a nadie. No conté mis miedos, mi acoso, mi situación, porque pensé que me iban a reñir o que no iba a arreglar nada, es lo que creo visto con la distancia, porque si no no entiendo como no se puede contar algo así, que te marca tanto y te destroza esos años. Fue la peor decisión para mí. Incorporé en mi conducta actitudes como el miedo a hacer el ridículo, miedo a destacar, a que me mirasen, a hablar en público o pedir cualquier cosa, quería ser “normal”, quería ser como los demás, no me permití ser yo mismo. “Normal” entre comillas, porque realmente ¿que es ser normal? Es algo demasiado subjetivo, no hay una definición, es lo que nosotros creemos que es normal, lo que la sociedad nos ha hecho creer. Todos esos miedos, los fui trampeando en menor o mayor medida, tenía bloqueos que prácticamente eran imperceptibles porque los salvaba con trucos, todos los que hemos tenido o vivido la tartamudez hemos aprendido formas de disimularla, y más si no es tan evidente como otros casos, pero la ansiedad y el miedo se llevan de forma interna.

Después del instituto, salí de ahí pero con todo el bagaje emocional y la experiencia adquirida, a pesar de ser una persona ambiciosa y con aspiraciones, hay cosas que marcan y que se quedan, y te creas una coraza, una personalidad, no quieres estar sólo y empiezas a dar a los demás, a dar de ti, a machacarte al mínimo bloqueo, a esforzarte, a evitar situaciones angustiosas para uno mismo. Lo que para muchos es algo sencillo, para mí no lo era: ir al supermercado y pedir, llamar por teléfono…se vive de forma distinta. Son cosas a las que te enfrentas día a día, pero te generan ansiedad todo el rato.

Si yo a veces me he trabado, hablando en persona y por teléfono, y no quiero que me señalen o se rían de mí, lo que hago es machacarme siempre para hablar bien, esconder mi tartamudez, mis bloqueos, que los tengo aunque no sean muchos. Magnifico mi habla y no quiero escucharme, no quiero verme en el espejo, me evito, porque no me acepto salvo con la aprobación de los demás. ¿Qué presión, no? Pues imagina querer dar la talla siempre, esforzarte en cada momento, exigirte constantemente para que no me señalen o me pongan una etiqueta, sin darme cuenta que la etiqueta me la pongo yo.

Durante mi vida he hecho cosas que no he disfrutado como me merezco. Para mí pertenecer a la Fundación Española de la Tartamudez ha supuesto una liberación en muchos ámbitos de mi vida, y sé que estoy solo al principio del camino, mejor tarde que nunca. Tengo 28 años y es ahora cuando he entendido que no tengo que compararme, que no estoy solo, que la gente que me quiere no me va a juzgar, y la que no me quiere o no le importo no tengo la necesidad de caerle bien a nadie, que hay más gente que ha experimentado lo mismo que yo, que tengo que aceptarme, que no soy menos que nadie y que probablemente, si me pare a pensar –o a vivir más bien- sea capaz de hacer lo que siempre he creído que no podía.

Mi vida ha estado llena de retos: estudios distintos que conllevaba conocer a gente nueva, trabajos varios (incluso de cara al público), amigos de todo tipo, relaciones sentimentales varias, viajes dentro de España y fuera, etc. Pero nunca me he valorado lo logrado, siempre ha sido un querer más, un no pararse un momento y sentirte bien con lo que has logrado, teniendo en cuenta los miedos o ansiedad con que he vivido situaciones que para otros no serían para tanto. Mi cabeza ha magnificado mis miedos, me ha vuelto inseguro y no me he cuidado, hasta el punto de acabar hace un año con una relación de maltrato psicológico y físico por no respetarme a mí mismo. He consentido demasiadas cosas y he dado a los demás más de la cuenta, muchas veces de forma inmerecida, con el principal propósito de ser querido, aceptado y/o valorado, o esperando ese reconocimiento que tenía que llegar desde dentro.

Gracias al camino iniciado con la fundación, he comprendido que la aceptación empieza por uno mismo, que hay que dejar de darle importancia a lo que los demás nos puedan decir, que hay que expresarse, ser asertivo y darse a valer, y dejar de escuchar al miedo, porque está demostrado que cuanto más relativizamos y más nos lanzamos a la aventura, mejor se vive, y sobre todo, disfrutar de cómo es uno mismo, porque si no, no se llega a ningún sitio. La vida ya nos pondrá los problemas, no nos los pongamos nosotros mismos.

Sé que es un camino difícil, apenas acabo de empezar como he dicho, pero también sé que esto es lo que necesitaba para vivir con naturalidad mi vida y por tanto mi tartamudez, sea del grado que sea, para así poder vivir más tranquilo y afrontar lo que me traiga la vida y las decisiones que yo quiera tomar, sin tener miedo a escucharme hablando con cualquier persona o de pedir o de lo que sea. He hablado con mis allegados –familia y amigos- y desde luego no me he sentido rechazado. Conocer a la gente de la fundación también me ha ayudado mucho a entender esto y entenderme a mí, que lo que he vivido no ha sido una rareza, nunca he estado sólo a pesar de lo que yo creía.

Simplemente estoy encantado de conocerme y de seguir aprendiendo. Y si vaciamos la cabeza de esos miedos o ideas irracionales, porque si me paro a pensar todo lo que he creído hasta ahora y que me ha hecho vivir condicionado es irracional, si nos olvidamos de esas ideas y las cambiamos por vida, podré vivir y cumplir mis sueños, que son los de cualquier joven de 28 años con ganas de crecer y disfrutar de lo mío, de mi gente y de mi futuro, sea cual sea. La vida me ha demostrado que nunca es tarde para emprender el camino de ser quien soy.